CHARLES BUKOVSKY, dos de sus poemas (EEUU)

Charles Bukowski

(Andernach, Alemania, 1920 – San Pedro, California, EEUU, 1994)

Escritor estadounidense. En la línea del anticonformismo californiano de la generación beat y utilizando un lenguaje agresivo y una temática marginal, a menudo obscena o violenta, elaboró una obra singular, entre cuyos títulos destacan El cartero (1971), Escritos de un viejo indecente (1969), Ordinaria locura (1976) y Música de cañerías (1983). Hijo de un oficial norteamericano y de una alemana, su familia se trasladó a Estados Unidos cuando tenía tres años.
La obra de Charles Bukowski recibió tantas críticas negativas como positivas. Se le acusó de practicar un estilo soez como mero exhibicionismo literario y de reiterar sus obsesiones de modo efectista. Otros críticos, en cambio, realzaron su autenticidad y su condición de escritor maldito. El «fenómeno Bukowski» irrumpió en Europa con grandes triunfos editoriales, pero permaneció prácticamente ignorado por los críticos y los lectores de su país. De hecho, el Bukowski poeta (a menudo convocado para lecturas de versos en las universidades norteamericanas) gozó de mayor popularidad en Estados Unidos que el escritor, al contrario de lo que ocurrió en el viejo continente.

Todo

Los muertos no necesitan
aspirinas ni
tristeza
supongo.

pero quizas necesitan
lluvia.
zapatos no
pero un lugar donde
caminar.

cigarrillos no,
nos dicen,
pero un lugar donde
arder.

O nos dicen:
Espacio y un lugar para
volar,
da
igual.

los muertos no me
necesitan.

ni los
vivos.

pero quizas los muertos se necesitan
unos a
otros.

En realidad, quizas necesitan
todo lo que nosotros
necesitamos

y
necesitamos tanto
Si solo supiéramos
qué
es.

probablemente
es
todo

y probablemente
todos nosotros moriremos
tratando de
conseguirlo

                  de «Madrigales de entrecasa: Primeros poemas escogidos (1946-1966)»

Mi colega
Para ser un chico de 21 años en Nueva Orleans yo no valía mucho
la pena: Tenía una pequeña habitación que olía a
orines y muerte
pero deseaba estar allí, había
dos chicas adorables al final del corredor que
no dejaban de golpear mi puerta y gritar. «¡Arriba!
¡Hay cosas buenas allá afuera!»

«Váyanse», les decía, pero solo las
alentaba más, me pasaban notas por debajo de la puerta y
pegaban flores con escoch al
picaporte.

Yo estaba sumergido en vino barato, cerveza verde y
demencia…

Conocí al tipo viejo de la habitación de
al lado, de algún modo yo me sentía tan viejo como él;
tenía los pies y los tobillos hinchados y no podía
atarse los zapatos.

Cada mediodía, alrededor de la una, salíamos juntos
a pasear y era un paseo muy
lento: cada paso era doloroso para
él.

Cuando llegábamos a cada cordón, le ayudaba a
subir y bajar
agarrándolo del codo
y del cinturón por la parte de atrás,
así lo conseguíamos.

Me gustaba: Nunca me preguntó
qué hacía o qué dejaba de
hacer.

Debería haber sido mi padre, lo que más me gustaba
era lo que decía una y
otra vez: «Nada vale la
pena».

Era un
sabio

aquellas jóvenes muchachas deberían
haberle dejado
las notas y las
flores a él.

                             de «A veces te quedas tan solo que hasta tiene sentido (1984)»

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