JOSÉ MARTÍNEZ-BARGIELA EN EL RECUERDO

José Martínez-Bargiela

 

MARTÍNEZ BARGIELA: UN CANTO AL AMOR

por  Graciela Maturo

 PRESENTACIÓN DEL LIBRO “EL ESCULTOR”

CENTRO CULTURAL SAN MARTÍN, 19 DE MAYO DE 2004.

 

El escultor

Debo confesar que hasta hace muy poco tiempo  desconocía no solamente este libro sino las obras anteriores de José Martínez Bargiela, como suele ocurrir con  amigos que frecuentamos en la vida cultural de Buenos Aires, sin haberlos leído. Ni su simpatía personal ni su asidua presencia en los cafés literarios garantizaban que en él se escondiera un auténtico poeta, disimulado por capas de modestia. Y sin embargo descubrí en este poeta, un tanto arisco, un sentir y un decir poético genuinos, que podría resumirse en estas líneas de su libro Hojas del palisandro: sin aliento/ nuestros caprichos aciagos en vasquear cuerpos sin sonido/ ni sentido/ el eco mismo / la voz/ el canto./ No tendría sentido la vida:/ la rosa  que nos inspira la palabra última.

Esa rosa que inspira su palabra hizo germinar en algún momento, a partir de un viaje en el espacio y en el  tiempo, un interés por sucesos y personajes remotos como los evocados en esta obra que sorprenderá a todo lector como a mí me ha sorprendido. Y declararé de entrada los factores de mi asombro: en primer término, desde luego, el haberse remontado su autor a catorce siglos antes de Cristo para extraer el tema. Al mismo tiempo el enfrentarnos con una obra bien estructurada, que consta de 48 poemas con visible unidad, dotados de una introducción y un epílogo. Más al fondo, sorprende  advertir el trabajo del escritor sobre su propia creación, hasta dar cuenta de ella en una lúcida poética. Esto ocurre cuando la inteligencia y la pasión andan juntas, o sea cuando la intuición del poeta se desata por cauces inesperados y a la vez resulta contenida por un apreciable rigor reflexivo.

Tenemos ante nuestros ojos un libro extraño y sin embargo asequible y familiar, porque los hombres no han cambiado en su trato con el misterio, ni en sus posibilidades de amar, desear,  proyectar su  fantasía, reconocer la belleza o defender el bien.

José Martínez-Bargiela

Este libro participa a la vez de los géneros épico, lírico y dramático, pero me atrevería a afirmar que lo lírico-dramático prevalece sobre el hilván narrativo de los sucesos evocados. Veo adelantarse el discurso lírico desde un personaje central, el escultor, que siendo parte de la trama toma distancia de ella  y se convierte en una proyección del autor.. Se hace visible lesa proyección  que unifica  la materia narrativa y le otorga un nuevo sentido, al apuntar hacia la funcionalidad del arte. Por eso podríamos decir que Bargiela construye una poética: habla del arte y de su propio quehacer, ejemplificado en las figuras del escultor y de su amigo, el arquitecto, pero indudablemtente centrado en Thutmés, el escultor que inmortalizó la belleza de Nefertiti.

Algo diré sobre el lenguaje y la forma del poema antes de tratar de internarme en su  trama simbólica y los meandros de su significación. En efecto, mucho se puede decir de un lenguaje sonoro y torrentoso como el de José Martínez Bargiela, que arrastra barrocamente imágenes, construcciones metafóricas, una profusa adjetivación, epítetos clásicos, juegos fónicos y lingüísticos.

El oído sensible al verso –tantas veces ignorado por los poetas actuales– reconoce endecasílabos perfectos que se engarzan con naturalidad en este discurso de versificación irregular, conducido por el ritmo como conviene a todo discurso emocional. Doy ejemplo de algunos de esos endecasílabos:

En rayos esplendentes
Resplandece de Atón el aura magna.

 (final del poema XII, precedido de un heptasílabo)

Otro ejemplo en el poema XIV,   

Sonrisa y besos deshabitados
Música monocorde el cielo, incandescente arroyo,
Naciente azul-azul, dorado piélago

O en el poema XV:

Ella trágicamente me rehuye

En fin, no se trata de estimar más esta obra por su versificación, sino de reconocer en ella un aire clásico acorde con el tema y la actitud lírica abordada. José ha preferido un tono hímnico no muy frecuentado en estos tiempos, un lenguaje vehemente que lo emparenta con el teatro poético de Cocteau, de García Lorca, o de Cortázar en su poema escénico Los Reyes. Se acerca en esta especie de oratorio a la estética del 40 y toma distancia de las estéticas del prosaísmo, la ironía, el minimalismo intelectual, etc.

Pero Ustedes no desean verme analizar el poema desde el punto de vista formal, y son pocos los poetas que hoy se interesan por el estudio de las formas, que tanto desveló a generaciones de autores. (Si aquí estuviese mi amigo Miguel Ängel Federik acaso podríamos entablar un diálogo sobre un tema que tanto conoce.)

Dejo por ahora indicadas estas observaciones  sobre el carácter del verso, el  dinamismo de la imagen, y  especialmente sobre el léxico, de inusitada riqueza. No son muchos los poetas  que hoy se atreverían a usar la palabra piélago, como las palabras híspido, esquilma y muchas otras de raro uso o elegidas por su sonoridad, o tal vez arcaicas que nos salen al cruce, y que no chocan en el contexto en que han sido usadas.

Volvamos por ahora al contacto de nuestro amigo José con el Egipto clásico. Es evidente que se ha inspirado  en un asunto histórico, y que ese asunto es verificable:  cualquiera de nosotros puede evocar aquí la iconografía egipcia que aparece en los libros, o  reconocer  ciertas figuras  que nos entrega la tradición.  Egipto ha sido una cultura refinada y espiritual, que precede al llamado milagro griego. Así como nos salen al encuentro personajes que abusaron del poder, adoraron dioses sanguinarios o impulsaron la violencia,  hallamos en Amenophis IV a un rey sabio, poeta, legislador y pacifista, que anticipando el ideario cristiano predicaba la igualdad de todos los hombres, y por lo tanto la abolición de las castas. Que todos los hombres sean iguales antes de que los iguale la Muerte, es una frase que el libro recoge. El reinado de Amenophis-Akenatón, que toma el nombre del dios Atón, y de su esposa Nefertiti  fue un momento de paz, en que el pueblo egipcio fue conducido por rumbos de esplendor espiritual.

Martínez Bargiela supo captar la sustancia dramática y actual de ese tramo histórico,  dando lugar al antagonista, el sacerdote de Amón, representante de  fuerzas oscuras y demoníacas,  finalmente triunfante sobre Amenophis. Nefertiti, la suma belleza, queda en medio de las pasiones encontradas. Pero la atención del poeta se desplaza como ya he señalado a la figura del escultor, que es también la figura del enamorado, llevado al acto de adoración de la Reina.

El autor no ignora que la verdad artística debe superar el maniqueísmo de Cielo e Infierno, por eso sutilmente nos ha llevado a transitar los distintos aspectos del amor, tanto la sublimación como la sensualidad pasional.

Nefertiti es exaltada en estos cantos al nivel de una sacerdotisa sagrada, o más aún al de las diosas del amor que prevalecieron en las culturas griega y latina.  Es una Afrodita, y también una Démeter, una diosa de la belleza, el amor, la fecundidad, la femineidad.

En este sentido estimo que el libro de Martínez Bargiela, autodefinido como agnóstico, alcanza una dimensión religiosa por encima de toda confesionalidad. Rinde culto al amor encarnado en Nefertiti, como podría hacerlo bajo cualquier otro nombre.  Su canto lírico transporta al lector a un ámbito sacral, donde lo que cuenta es la  pasión, la adoración, la oscura e irracional realización de lo humano en función de sus arquetipos internos.

En Thutmés confluyen la sed del Bien, la Verdad y la Belleza, y esto otorga al canto de nuestro autor su plenitud y actualidad. No se trata de una pieza arqueológica que nos habla de sucesos del pasado, entra en el entramado mítico de la historia para ofrecernos su sustancia humana permanente. El tiempo y el espacio, diseñados con sobriedad, se revelan intercambiables, actuales, presentes.

Al trabajar el discurso lírico del escultor Martínez Bargiela dibuja  una poética. Es el creador que se vuelve hacia su propia obra para reconocer su funcionalidad  en el tiempo y en la cultura, pues sólo el arte es capaz de rescatar la fugacidad de lo terreno, y sólo él  equilibra los errores y demasías de lo histórico.

En un epílogo ciertamente curioso aparece la imagen de una momia egipcia llevada por el buque Titanic, que fue devuelta al mar en el célebre naufragio de esa nave. Esta figura parecería  desconectada del asunto central, pero no lo está: la razón poética  ve en el hecho  aparentemente azaroso un acto de justicia.

Martínez Bargiela responde a su viva intuición creadora, a su formación literaria, pero sin duda también a sus ancestros célticos, gallegos, al  vivir tan hondamente el misterio de la existencia, y al ser capaz de poetizar la historia. Nos ha dado un canto singular, de esencia ética y religiosa, un homenaje a la feminidad, un himno a la belleza y el amor.

Graciela Maturo

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